Friday, February 22, 2013

Nos guardamos

Pesado y contundente
hace casi un lustro, mi cuerpo,
a pesar de ello,
era ágil y eficiente,
rápido y decidido.
Inseguro de toda la vida
pero se movía hábil y flexible.
Cómo, cuánto lo extraño.
Esta lentitud no me va,
este parsimonioso modo de trasladarme
de aquí a allá me sigue siendo ajeno.
Finjo aceptación y tolerancia
de la que soy ahora
pero me llaman el viento
y las ramas de los árboles;
llaman mi nombre las nubes y las hojas.
Escucho y miro este clamar por “Tita”
imantada y fija en mi torpeza ambulatoria.
Me llaman la arena y las olas;
Me dicen que extrañan mis pies descalzos.
En esta hambruna que padezco
hablo con un Creador, le suplico que se me manifieste
le exijo que me diga: “Aquí estoy, hijita, ¿qué deseas?
-Si eres El creador omnisciente, ¿para qué me preguntas?
-Para constatar que sabes lo que me pides.
-¿Cómo chingados no voy a saber lo que te pido? Te pido
mi cuerpo, el de antes, ese lo quiero otra vez.
Después escucharás mi agradecimiento infinito
y procuraré no molestarte más.
El Creador se guarda en su silencio.
En mi silencio también yo me guardo y le lloro.
Y le lloro.

Friday, February 15, 2013

Vidas y muertes de un Club de Lectura (Portnoy's Complaint)

Mi único estándar para leer un libro es que me guste. No tiene que ser un clásico de la literatura o algo que me haga sentir muy uy-uy-uy inteligente y educada. Recuerdo que una vez después de haber leído una serie de varios libros ligeros que usualmente yo calificaría de buenos como un programa de detectives o como una película de televisión; en otras palabras, lo suficientemente entretenidos, pero no tan idiotas que me hagan cuestionarme a mí misma. Después de esos libros empecé a leer Las horas recién que su autor había recibido el Pulitzer. No había terminado de leer la primera página, cuando se me vino este pensamiento: “Esto es literatura”. La belleza de la palabra escrita era evidente y desde el principio me agarró de inmediato.
Siempre he querido conocer a gente familiarizada con la literatura clásica universal de quien pueda yo aprender, pero no es el caso. Nunca he leído El Quijote, La Divina Comedia, Los miserables, La Guerra y la paz, En busca del tiempo perdido, etc. Esto siempre ha sido motivo de vergüenza.
Así que hace ya mucho tiempo invité a algunas amigas a que formáramos un Club de Lectura con el propósito de  subsanar esa falta, en especial con la literatura de Estados Unidos. Era una excelente idea, lo que no fue fácil fue encontrar las amigas que sintieran la misma necesidad. Pero empezó. Su primera versión fue con una mujer de Chiapas de nombre Roxana, muy enamorada con todo lo relacionado con la literatura, probablemente más inteligente que yo, lo cual hizo que me sintiera un poquito intimidada. Nuestro primer libro fue El sonido y la furia de Faulkner. Roxana y yo nos reuníamos en mi casa mientras jugaban su Sarah y mi Valentina, pequeñitas en aquel entonces. No estábamos muy organizadas ni aparentemente muy dadas a discusiones serias, o tal vez muy tímidas como para intentar discutir nuestra lectura. Así que nuestra discusión del pequeño Club de Lectura de dos acababa en decir si nos gustó o no. No entendimos absolutamente nada de la obra maestra de Faulkner. Después de eso, nos poníamos a hojear mis catálogos de Pottery Barn. El Club de Lectura murió de inanición.
Luego lo volví a a empezar con otras mujeres. En una ocasión solo leímos La cabaña del tío Tom. El ciclo se repetía: la gente se salía del club, las participantes no éramos muy constantes en mantener nuestra meta de leer un libro por mes. Así que el club moría una y otra y otra vez.
Han sido muchos años que me di por vencida en mi intento de darle nueva vida.
Hace poco compré Portnoy’s Complaint de Philip Roth, un clásico de la literatura estadounidense, ¿cierto? Bueno, déjame decirte que me GUSTÓ.
Seguro no es bueno pero yo todo lo investigo en Google. Aprendí que el libro fue un escándalo cuando lo publicaron por primera vez en 1969. Puedo ver por qué. El libro es explícito. Consiste en el monólogo de un tipo, A. Portnoy, que está en psicoanálisis con su loquero en plena “asociación libre”, hablando de sus muchas broncas e inseguridades. Le dice al psicoanalista todo lo que hay que contar de sí mismo y de su vida, desde su primer recuerdo de su infancia, hasta los difíciles años de su adolescencia y de sus excesos con la masturbación. Ah, sí, también es digno de mencionarse sus conflictos con su identidad judía.
La novela es sarcástica, mordaz y no da cuartel, chistosa y  patética a la vez. Se mete hondo en el sentido de quiénes somos y de la percepción de nuestra valía, nuestras necesidades sexuales y nuestros deseos de reafirmarnos como quiénes creemos que somos.
Una gran lectura. Un libro de excesos tal vez, pero sin duda una estupenda lectura.

Sunday, February 10, 2013

Mi segunda madre


En quinto año de primaria en California, mi maestra de inglés fue Mrs. Debbie Moore. Fue en este grado que me convertí en lectora impenitente y en devota amante de la música. Por este motivo, la Sra. Moore jugó un papel importante en mi vida y estoy en deuda con ella. Thank you, Mrs. Moore.

Los primeros libros que compré con dinero de mi padre fue a través de un catálogo que nos dio la Sra. Moore: Harriet The Spy y Sara Crewe. Fue todo lo que se requirió para que yo quedara por siempre cautiva de la palabra escrita.

Música. La Sra. Moore decidió tocarnos algunas canciones en su tocadiscos dándonos las letras de las canciones y pidiéndonos que subrayáramos componentes de los enunciados como verbos, sustantivos, adjetivos, etc. La primera fue Los sonidos del Silencio (The Sounds of Silence) con Simon y Garfunkel. Canción hermosa, poética, dolorosa y me encantó. La otra fue Eres tan vanidoso (You’re so Vain) de Carly Simon. Me enamoré de Carly, la canción tenía, chispa, ingenio y de plano me pareció de lo más cool.

Curiosamente, también compraba discos que mi mamá me recomendaba de viejas canciones mexicanas como del Dueto Amanecer y las Hermanas Padilla que aún atesoro y que algunas se convirtieron en canciones de arrullo cuando mi hija era bebita.

Del disco de "Grandes éxitos de Simon y Garfunkel, reclamé una canción como mi himno personal en inglés: “Soy una roca”. Siento que todo de esa canción define la adolescente solitaria y asustadiza en que me convertí. “Tengo mis libros y mi poesía que me protegen. Estoy resguardada detrás de mi escudo. Soy una roca, soy una isla; y la piedra no siente dolor y la isla nunca llora”. Todo dicho.

Carly fue otra cosa. Religiosamente me fui comprando todos los álbumes que iban saliendo de ella. Me decía que estaba practicando mi inglés y mejorando mi pronunciación de inmigrante (sí, para entonces ya era una joven adulta).

Mi madre nunca tuvo la inclinación de identificarse con ninguna de mis fases adolescentes, pero yo sentía que Carly entendía todo lo que había que entender sobre mí y la hondura de mis sentimientos, conflictos  y necesidades. Me gusta pensar y decir que fui criada por Carly, que de algún modo se coonvirtió en una segunda madre para mí,en mi gran confidente.

Todavía me emociono cuando me entero de algo sobre Carly. Sé que ya es abuela. Sé el nombre de sus dos hijos, Sally y Ben. Espero que sean como su mamá. Me imagino que tuvieron una infancia feliz y privilegiada.

A veces imagino que le escribo una carta a Carly donde le cuento lo mucho que su música significa para mí; cuánto ellas, Carly y su música, me ayudaron cuando más neurótica fui; que a veces me imagino como la niña que fui, y que como un “ramillete de flores” la “pongo a moverse con su canción más dulce”. ¡Ay, Carly, cómo te ha querido esa niña extraña!

Friday, February 1, 2013

Entonces y ahora: La Gurmia

Para La Flaca

Hoy pienso en mi hermana María Irma, menor que yo por casi un año. Junto con mi madre, Irma es una de las mujeres más trabajadoras que conozco. La vejez comienza a imponérsele a mi madre, pero en sus años de plena madurez productiva, era como es Irma ahora: entregada por completo a la limpieza y pulcritud de su casa.

Mi madre la sigue llamando La Niña (por aquello de que es la menor), mi padre le decía Gurmia o Garrapata porque en las huertas no se le despegaba trabajando detrás de él con su cubetita recogiendo duraznos y pidiéndole que le sacudiera ramas para que cayeran las frutas y poder llenar su cubetita raudísima y veloz.

Para mí, Irma es La Flaca, no porque lo sea –explico-- sino porque prácticamente cualquier mujer de talla regular es flaca junto a mí.

En fin.

Pero además de eso La Flaca tiene un alma mágica e infantil que se mantiene viva y luminosa, con cuya imaginación mi hermana transforma la realidad en un lugar de lo más amable, recurso del que yo nunca me he podido jactar. Seguramente siempre me he manifestado más neurótica que ella.

Creo que ya lo he mencionado antes: De niñas, a mi hermana le gustaba jugar a las Comadritas, jueguito que, por lo visto, estaba muy por debajo de mi mudez e indolencia emocional. Para compensar la falta de compañera de juegos, mi madre, desde su cocina, la hacía de “comadre” de su Niña.

Mi hermana aprovechaba el nogal afuera de la casa. Se trepaba y en su imaginación las primeras ramas a las que llegaba iban siendo trastocadas por su magia: una era la sala, otra la cocina y allá más arriba estaban los dormitorios (yo me sigo rascando la cabeza).

Cuando La Gurmia (de tal vez ocho años de edad) se cansaba de habitar el nogal y de interactuar con su familia imaginaria, bajaba a visitar a su "comadre". Algunas veces llegaba hasta la cocina dizque llorando y exclamando: “Ay, comadre, comadre, su compadre se acaba de ir a Hawai con su secretaria. Deme una copa de wine”. Asombrada, mi madre respondía como mejor podía con una seriedad mal disimulada, que luego era motivo de charlas y risas entre ella y mi papá.

También empieza a vislumbrarse otra imagen más remota: Irma y yo estamos más pequeñas y jugamos con el tío Ezequiel en Guadalajara. Creo que mi tío está queriendo tomar una siesta y mi hermana decide que es enfermera y que el hombre postrado está muy enfermo. Llega a ponerle su inyección y sin que nadie nadie nos demos cuenta, ¡zas! le clava una aguja que despertó del todo al pobre enfermo, quien amablemente  siguiendo el juego me pidió a mí, su esposa, que le pagara a la enfermera.

Así es mi hermana. Ahora mi hermana, ya cincuentona también, vive en California con su marido enfermo, dos de sus tres críos ya casados, uno de los cuales le ha dado dos preciosos nietos. Y mi hermana es tan chambeadora que nunca deja de trabajar: tiene dos actividades que le generan dinero: la principal según entiendo es una especie de centro de jubilación y rehabilitación. Irma es supervisora y responsable de asegurarse de que los ancianos tengan una experiencia humana, digna y agradable en el centro.

Digo que mi hermana mantiene el alma infantil y mágica porque la última vez que estuvo aquí, Marga (nuestra madre) me contó que un día una anciana, Molly como de 90 años, se quejaba de no poder fumar en el comedor y estaba por tener un berrinche. Cuando mi hermana se dio cuenta de la situación, invitó a la anciana a que la acompañara al patio. Se sentó con la viejita y ¡zas! mi hermana saca una caja de cigarros imaginarios, prende uno y empieza a “fumar” diciéndole a la señora que tome uno con confianza, que están muy buenos especialmente ahora que acaban de comer. La viejita sonrió pícara y participó del juego sumamente agradecida.

Con una mujer como mi hermana cerca, ¿quién no?